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viernes, 11 de marzo de 2011

Diario del emigrante

Me llamo Nalón, como el río de mi pueblo y soy un hombre astur, de la ingle de un valle húmedo y verde. Hace apenas un mes, aunque se me antoja un siglo, fuí empujado al exilio casi al final del milenio. Exilio económico. Al partir mi madre me besó : "Que la luvia te acompañe, que la tierra te sea leve" y me dió un abrazo como para mecerme. Ella siempre desprendió lo que el cielo tiene de dulzura. Es el último recuerdo que llevo en mí de España.

Me hallo en la tierra del Búcaro, entre barrancos y tengo fiebre y escribo. Lo hago con la actitud del sobreviviente pues mi organismo se ha resentido hasta extremos. El zancudo blanco tácito y febríl, el mosquito quemador inmune al ultrasonido, el anófeles de hembra vibradora pasean ya mi sangre por el río Magdalena. También está el calor denso por la humedad y al fín, tal vez, el aguardiente entre otras amistades.

Se dice que roja es la tierra del infierno, Barranca es bermeja y su aspecto más tenaz.

Así como los brujos encarnan en tierras de brujeria, la violencia es territorio del violento. En este mundo a medio hacer hay infinidad de muertos; y muertes de nueva creación. Ayer apareció un cadaver por inyección de aguarrás. Cómodo, barato, efectivo. Más que verdugo hay que ser artesano o inventor o poeta de lo negro para perpetrar un crimen de tamaña estulticia.

Tierra dura para insomnes, tierra para el acecho.

La ciudad del Búcaro es fértil y genocida. Si alguién cae, perece. El bullicio y la energía se insinúan en todas partes.

Copyright Daniel Vega, Diario del emigrante

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