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martes, 4 de marzo de 2014

Elegía óptica


tacitum vivit sub pectore vulnus 
Virgilio. Eneida, IV, 67.

De nuevo has venido, pedazos de aura en sombra,
como un ser-un no ser que anula distancias,
así lo remoto se hace umbilical, goce
que apenas comprendo, amor mío vencida
entre pétalos malva con esa terrible hermosura
en los jóvenes muertos.

Llegas y huyen demonios que ocupan tus besos (ávidos
seres de linfa amarilla, lentas visiones
de fiebre encarnada),
con ingles y labios virtuales insistes en tierra
y traes nácar y cáncer de lunas;
descalmada obsesión, escucha, taladra
si ello es preciso,
en la nube que me inunda tú respiras sin edad
y bajo ese vuelo envilezco, siquiera soy sombra
de paraíso.

Óptica noche, elegía de esquinas y andenes,
por no sentir escarcha de sepulcro
camino entre amperios y semáforos, clamor de cables,
filamentos de luz sin reposo,
entonces
tal metamorfosis ocurre en mí cuando oscurece;
el mendigo y yo nos parecemos: él, rompe su cuerpo
en tal soledad que lleva al espanto porque dijo
“ni un solo hombre ha llorado por mí”, yo, desde
un fondo de vaso sé que fui entregado a la distancia,
tarea de hombre que busca su núcleo
sin un solo amigo (sentirlo así
con la frente cruzada por mirlos de alcoholemia,
una física abierta hacia todo
pues no hay amargura o rencor en este sinfín de fatigas).

Es mi otro yo, la lengua cerebral, quien lo medita
errante ahora en la epidermia de los bares, en la vulva azul
de la melancolía;
es mi otro yo, callado fragor, fácil imposible,
dulce licor del saqueo
que vierte su ronca astronomía en la mirada.

Trago a trago
busco neuronas que a ti pertenecieron
y ello es la ausencia, saberte dentro pero inasible,
hendida, secreta, pálida diosa lunar,
(trago a trago navegas mi interior
en el whisky negro de las noches a medias
sexo y sombra)
y en tal acceso ocurren los sublimes desvaríos.

Si muero joven, decías, no cases de nuevo o te sobrecogeré,
seré un maleficio a tanta impaciencia
(los jóvenes muertos conservan el don de la etérea
indistancia),
pasa la vida y me asombra tanto fluir, ser cansancio,
viajo, huyo, palpito en desorden
(serás un insomne perpetuo, también lo dijiste),
pretendo borrar tan oscuras palabras y caigo siempre
ante esos intentos de olvido.

Cuánta soledad segrego, cuánta aridez,
pareciera estar en tierra extraña,
sombra a sombra cruzo intemperies,
restos sin límite entre haces de luz sobre el pelo
y otra vez, misteriosa,
colmas mi cuerpo de amor transparente
y mi espíritu se abre en mitades.

Dulce arderencia,
cesó el milagro de ambos, me concluyo a mí mismo,
como un torrente acudió ese mal desbordando
cavidades,
como si la sangre huyese por el hueco de la herida
sin creer en mí, incesante me abandona
(“tacitum vivit sub pectore vulnus”,
la herida vive en silencio bajo el pecho,
qué terrible emanación para hacerla ahora mía).

De "Arderencia, una elegía del siglo XXI"
Copyright Daniel Vega/Daniel Astur Vega