En una esquina de mi edificio y a ras de cielo pernoctan, cobijados en trapos, media docena de mendigos. Son como una hermandad, la tripulación caída en desgracia de una nave hundida; siempre los mismos y bien avenidos. Creo que saben que la unión fortalece.
Si paso a su lado les regalo los pesos que llevo encima, para arepas o aguardiente. No sé que otra cosa puedo hacer. En una tierra de desequilibrios ellos tienen la razón del suelo y comprendo que me observen sin mediar palabra, con la furia en el rostro del desheredado. Son como cantos rodados de adversidad, sin un refugio, una brújula, un proyecto o alguna emoción por la que moverse salvo la de la supervivencia.
Copyright Daniel Vega, Diario del emigrante
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